Frío

Igor Collazos
2 min readOct 7, 2020

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Es una buena película. Una manada de lobos persigue a un chico extraviado en la estepa helada. Amenaza ventisca. De pronto un cuervo sobrevuela la escena. Al fondo, detrás de un bosque de abedules, una columna de humo ofrece una esperanza. Al llegar, se trata de una siniestra cabaña abandonada.

— ¡Las cotufas! — dice el hombre al vacío.

Corre a la cocina. Les pone sal y un toque de mantequilla. Reactiva la película. Es tan real que el frío de Siberia parece metérsele hasta los huesos. Se tapa con el cojín de cuero. Le duelen los codos. Busca el control del aire.

— ¡Pero si lo dejé aquí hace un minuto! — piensa en voz alta.

Revuelve la mesa de la computadora, voltea los cojines. Se asoma por debajo del sofá. Nada. Corre al cuarto a por una cobija. Comienza a temblar. Toma una cotufa. Está helada. Mueve el sofá y el control cae al piso resbalando por la pared. Pulsa la tecla para reducir la intensidad, pero algo no funciona.

— ¡Qué estúpido soy! — dice, volteando el control.

Pulsa de nuevo, pero el aire sigue aumentando.

— ¡Coño, qué frío! — dice temblando, mientras busca una cobija en el cuarto.

Piensa en el chocolate que guardaba para cenar.

Toma el yesquero. Abre la llave del gas. Raspa una, dos veces. No enciende. Al tercer intento se le cae y se rompe contra el suelo.

El frío está insoportable. Trata de apagar el aire, pero el botón falla. Lo pulsa a fondo hasta que se parte y queda colgando del lado interior de la carcaza. Apaga el televisor.

Se encierra en su cuarto. Se arropa con una cobija, como si fuera un grueso sudario. El frío se mete por el hueco por donde respira y le congela la nariz. Se envuelve aún más. Apenas puede respirar. Se sofoca. Abre una ranura para respirar por la boca, con los labios apenas abiertos, mientras un hilo de frío se le mete por los pies hasta los huesos.

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